Fecha de publicación: 3 de Junio de 2025 a las 05:00:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: Desde las calles de Tokio hasta la ceremonia del té, la filosofía del gaman impulsa una calma activa, convierte la espera en virtud y fortalece la convivencia diaria en una de las sociedades más pobladas del mundo
Contenido: En el bullicioso corazón de Tokio, donde las luces de neón y el ritmo vertiginoso de los trenes parecen nunca detenerse, existe una corriente menos visible pero igual de poderosa: la paciencia llevada al extremo, un rasgo que define tanto la vida diaria como el imaginario social de Japón.
Esta actitud, conocida como gaman, no solo implica una resignación pasiva ante las dificultades, sino que es vista como una cualidad activa, una forma de autodisciplina que fue crucial en los momentos más difíciles de la historia del país, desde Hiroshima hasta la reconstrucción de la posguerra, y que sigue guiando las interacciones y los rituales japoneses en la actualidad.
El gaman se inculca desde la infancia y permea todos los estratos de la vida japonesa. Esta filosofía enseña a soportar con fortaleza los contratiempos y a encontrar belleza en la moderación, una habilidad que choca con la tendencia occidental hacia la recompensa instantánea.
Según explican monjes como Sean, del templo Ekoin en el monte Koyasan, la base de esta enseñanza es la disciplina, el autocontrol y, sobre todo, la paciencia interior. El sentido es sencillo: quien aprende a ser paciente consigo mismo, inevitablemente extiende esa paciencia hacia los demás.
Basta observar la vida diaria para encontrar manifestaciones de gaman por todas partes. Las colas perfectamente alineadas en las estaciones de tren, el silencio respetuoso en los andenes, la tranquilidad en el transitar por los parques y la serenidad de los templos contrastan con el tráfago de la ciudad.
En lugares como el templo Ekoin de Koyasan, enclavado entre cedros centenarios, el gaman se palpa en cada ritual. Las habitaciones cubiertas con tatami, los patios de musgo y la práctica contemplativa entre los muros de madera son parte de una atmósfera donde la paciencia adquiere una dimensión casi tangible.
Durante una estadía en este templo, los huéspedes practican la meditación, asisten a ceremonias del fuego y disfrutan de comidas vegetarianas, todo ello en un ambiente que privilegia la calma y el ritmo deliberado de cada acción.
Esta formación espiritual cotidiana es, al mismo tiempo, un ejemplo de cómo la paciencia y la disciplina colectiva contribuyen a la armonía necesaria para que 125 millones de personas compartan un espacio limitado, pues el 70% del territorio japonés es inhabitable.
El gaman también se hace visible fuera del ámbito religioso. En el Templo Zojoji, situado a pocos minutos de la frenética Tokio, la energía se transforma por completo. Los visitantes esperan su turno para entrar en filas ordenadas y silenciosas, y el bullicio de la ciudad queda atrás al cruzar el umbral. El incienso perfuma un ambiente donde el tiempo parece ralentizarse, ofreciendo a quienes lo visitan un respiro para la reflexión y la contemplación.
La actitud paciente del gaman encuentra un eco particular en la gastronomía del país. Comer en Japón es, en muchos casos, una lección práctica de espera, moderación y disfrute.
Un ejemplo emblemático lo ofrece el Men-Ya Inoichi de Kioto, un restaurante de ramen galardonado con estrella Michelin, donde los comensales comienzan a hacer cola desde temprano.
La práctica consiste en recibir un ticket varias horas antes y regresar a la hora exacta para ser atendidos. Nada de impaciencia o quejas: se respira anticipación y la expectativa aumenta el disfrute. Cuando finalmente llega el plato de ramen —con carne de Wagyu y hojuelas de pescado—, la satisfacción por el tiempo invertido amplifica cada bocado.
La experiencia omakase, propia de establecimientos refinados como Sushi Atsuya en Osaka, eleva el gaman a otro nivel. Aquí no es el cliente quien decide qué comer ni cuándo; todo se deja en manos del chef, cuyo trabajo paciente y depurado es observado en silencio por los comensales.
La espera y la atención a los detalles —el filo del cuchillo o el pincelado preciso de la salsa de soja— transforman la comida en un acto de entrega y confianza, donde ceder el control y dejarse llevar por la maestría ajena forma parte del placer mismo.
La ceremonia del té, profundamente ritualizada, es quizás donde la paciencia y la contemplación alcanzan su máxima expresión formalizada. En la Casa de Té Gion de Kioto, los asistentes se visten con kimono, se arrodillan y participan en una secuencia precisa de gestos: primero, dulces que abren el apetito; luego, la preparación meticulosa del matcha, batido hasta espumar; y finalmente, una reverencia de gratitud compartida.
Cada acción tiene un propósito y un ritmo que excluyen cualquier apuro. El sonido del batidor, el ascenso del vapor y el susurro del agua marcan un tiempo distinto, casi suspendido, donde el disfrute se multiplica por la preparación y la espera.
Este tempo pausado transforma hasta el objeto cotidiano —una bolsita de té y una tetera— en elementos cargados de significado y profundidad, que trascienden la función utilitaria para convertirse en símbolos de calma, atención y presencia plena.
Incluso en el entorno abrumador de Tokio, es posible encontrar refugios donde el gaman dicta el ritmo de la experiencia. Los Jardines Hamarikyu, anidados entre rascacielos, esconden una casa de té donde el bullicio queda afuera y se celebra el ritual de la quietud: zapatos cuidadosamente alineados en la entrada, té verde y conversación en voz baja.
Los visitantes, desde parejas ancianas hasta oficinistas, encuentran aquí la oportunidad de detenerse —literalmente— y disfrutar del momento sin urgencia.
Más allá de la urbe, la región de Hakone, famosa por sus aguas termales, ofrece una versión natural de este mismo principio. En el alojamiento Laforet Hakone Gora Yunosumika, las habitaciones cuentan con bañeras al aire libre desde donde admirar los bosques y las montañas. La estancia en estos onsens privados se convierte en un rito sensorial: el murmullo de los pájaros, la frescura del aire y el vapor envolvente anclan la mente en un presente sin prisas.
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