Fecha de publicación: 21 de Noviembre de 2025 a las 12:34:00 hs
Medio: TN
Categoría: GENERAL
Descripción: Según especialistas, pueden ser una señal de cuidado y vínculo, pero cuando se vuelven intensos o persistentes afectan la autoestima, generan malestar y pueden dañar relaciones valiosas. Cómo reconocerlos, cuándo pedir ayuda y qué recursos existen para gestionarlos mejor.
Contenido: Sentir celos no es sinónimo de inmadurez ni de “poseer” a alguien: es una emoción que aparece cuando percibimos que una relación importante está amenazada. La psicóloga y psicoterapeuta Katja Myllyviita lo define con simplicidad: “Los celos son un mensaje de que esa relación nos importa y no queremos perderla”.
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Como muchas emociones intensas, los celos pueden tener dos caras.
Los celos momentáneos pueden funcionar como un llamado interno: algo en la relación cambió, no nos sentimos cómodos o hay un límite que necesitamos revisar.
En esos casos, expresar el malestar con claridad –sin acusaciones ni ironías– puede fortalecer el vínculo. Para Myllyviita, decir algo como “esto me molesta y me gustaría que lo hablemos” es más útil que callar o reaccionar impulsivamente.
También pueden ser una herramienta para revisar necesidades no expresadas: cercanía, atención, intimidad o acuerdos que quedaron difusos.
Los celos se vuelven problemáticos cuando:
En esos casos, lejos de proteger la relación, los celos la desgastan. Como explica Myllyviita, “a veces, a través de los celos, una persona termina dañando aquello que quería cuidar”.
En situaciones extremas, pueden aparecer conductas abusivas e incluso violencia física o emocional. La psicóloga advierte que si una persona pide controlar amistades, horarios, dispositivos o restringir actividades, es importante buscar ayuda profesional.
No siempre los celos tienen que ver con lo que sucede en el presente: muchas veces se activan por experiencias previas. Relaciones pasadas con engaños, abandono emocional en la infancia, inseguridad personal o miedo a la soledad pueden intensificar la reacción.
También influye el modelo aprendido: si en la familia había control, silencios prolongados, amenazas o conductas posesivas, es más probable que esas dinámicas se repitan en la adultez.
La buena noticia es que los celos pueden trabajarse. Las estrategias más recomendadas por especialistas incluyen:
Según Myllyviita, regular los celos tiene menos que ver con vigilar al otro y más con aprender a regular nuestras emociones.
Si la emoción se vuelve intensa, frecuente o interfiere con la vida cotidiana —ya sea porque genera malestar, porque afecta relaciones o porque aparece control hacia el otro—, un espacio terapéutico puede ser clave.
Hablar con un profesional no solo ayuda a entender el origen del malestar, sino a desarrollar herramientas para vincularse desde la confianza y no desde el miedo.
Los celos pueden ser una señal: algo nos importa, algo nos toca, algo nos duele. El desafío no es negarlos ni dejar que decidan por nosotros, sino aprender a escucharlos y transformarlos en conversación, autocuidado y vínculos más sanos.
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