Fecha de publicación: 19 de Noviembre de 2025 a las 11:19:00 hs
Medio: TN
Categoría: GENERAL
Descripción: El acceso temprano a contenido sexual y la ausencia de información confiable crearon una brecha que afecta tanto a adolescentes como a adultos. Qué implica realmente educar en sexualidad y por qué sigue siendo una deuda pendiente.
Contenido: Hablar de sexo nunca fue tan fácil… ni tan confuso. Mientras las redes sociales normalizan cuerpos perfectos, fantasías irreales y consumo de pornografía desde edades tempranas, todavía cuesta hablar de consentimiento, deseo, vínculos sanos o prevención de infecciones de transmisión sexual (ITS). La brecha entre lo que vemos y lo que sabemos sigue siendo enorme.
La socióloga y educadora sexual española Cecilia Bizzotto, divulgadora con miles de seguidores, lo resume así: “Se piensa que la educación sexual es ‘follología’ y no es eso.”
Para ella —y para muchos especialistas— el problema no es que haya más exposición a temas sexuales, sino que no hay suficiente información confiable ni espacios seguros para aprender y preguntar.
Uno de los mayores temores de familias y docentes es creer que educación sexual significa explicar técnicas sexuales. Pero es todo lo contrario.
“La educación sexual es hablar de consentimiento, autoestima, autoconocimiento del cuerpo, emociones, vínculos y límites”, opina Bizzotto.
Eso implica que temas como:
Estos temas pueden —y deberían— abordarse desde la infancia, en lenguaje adecuado a la edad.
Hoy la primera exposición al porno ocurre en promedio entre los 8 y 11 años, según datos citados por la especialista.
Y ahí aparece la contradicción:
Eso genera una consecuencia silenciosa: creencias irreales sobre el cuerpo, el sexo, el consentimiento y el rendimiento.
“Si no educamos en sexualidad, la pornografía lo hará”, advierte Bizzotto sin rodeos.
Aunque la conversación suele centrarse en los y las adolescentes, la especialista advierte algo incómodo: “La mayoría de los adultos tampoco recibió educación sexual. También consume pornografía. Pero pocas veces se pregunta cómo eso afecta su vida sexual y emocional”.
La falta de educación sexual no es un problema generacional. Es una herencia.
Bizzotto señala una raíz cultural clara: “Nuestra educación —muy influenciada por la tradición cristiana— asoció la sexualidad al pecado, al silencio y al deber”.
Esto dejó huellas:
Y aunque hoy el discurso aparenta libertad, persiste la confusión.
La ciencia lo confirma: quienes reciben educación sexual integral tienen:
La sexualidad forma parte de la salud, del bienestar y de la vida afectiva. Negarla no la detiene: la vuelve confusa, silenciosa o peligrosa.
Como dice Bizzotto: “Hablar de sexualidad es hablar de derechos, cuidado, placer, vínculos y bienestar. No de pornografía ni de rendimiento.”
La educación sexual no busca imponer una forma de vivir la sexualidad: busca dar herramientas para que cada persona pueda hacerlo de forma libre, informada, segura y respetuosa.
Porque tarde o temprano, todos hacemos educación sexual: con silencio, con prejuicios… o con información.
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