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Fecha de publicación: 10 de Octubre de 2025 a las 01:25:00 hs

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Medio: INFOBAE

Categoría: GENERAL

La historia de la ciudad fantasma que tiene un nombre que nadie puede decir y su fundador que prometía curas milagrosas

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Descripción: Curtis Howe Springer empezó dando consejos de autoayuda en la radio en la década del 40. Cómo construyó ZZyZX, un imperio de la salud en pleno desierto de California

Contenido: A orillas del Valle de la Muerte, donde el asfalto de la Interestatal 15 se desangra en dirección a Las Vegas, un letrero inexplicable detiene a los conductores más curiosos: “ZZyZX Road”. Cinco letras que desafían el abecedario y dos letras más que parecen una broma. En medio del desierto de Mojave, un paraje fantasma lleva el nombre más insólito de Estados Unidos y oculta la historia de un hombre capaz de prometer paraísos y fabricar milagros con el viento seco de California.

El camino ZZyZX parece no conducir a nada. Una carretera secundaria que cruza arbustos resecos y una serie de ruinas que algún día albergaron promesas de salud, fe y redención. Aquí, donde la naturaleza parece oponerse a la vida misma, surgió un oasis artificial, construido desde la nada por el mayor charlatán de la historia del desierto californiano: Curtis Howe Springer.

Al abandonar la autopista y tomar ZZyZX Road, el ruido de los motores desaparece entre el rumor de lagos evaporados, palmeras extravagantes y la silueta ruinosa de lo que una vez fue el famoso Zzyzx Mineral Springs and Health Spa. No hay rastro del bullicio, ni de los invitados famosos o del circo de la esperanza que alguna vez atrajo hasta cinco mil personas para bañarse en aguas milagrosas, escuchar sermones de autoayuda y hasta encontrar en la arena recetas contra el cáncer y la calvicie.

Todo este reino de espejismos fue el sueño —y la estafa— de Springer, un hombre cuyos orígenes resultan tan brumosos como el propio aspecto del desierto recalentado al mediodía. Según su autobiografía, nació en Birmingham, Alabama, en 1896, aunque su pasado real está disuelto entre medias verdades. Es así como concibió su mayor obra. Springer tomó un trozo de tierra federal ignoto y lo rebautizó con el que aseguraba sería el “último nombre del diccionario”. Así, surgió Zzyzx. Un nombre inventado que resuena como un conjuro, un truco de marketing elevado a geografía.

—Bienvenido a Zzyzx, el último rincón de la vida moderna —anunciaba Springer a los recién llegados desde la entrada del spa, vestido con una bata blanca inmaculada y rodeado de secretarios que enarbolaban bandejas de “sales minerales” y folletos con promesas eternas.

La historia oficial de Springer comienza en la radio, donde encontró el micrófono ideal para propagar su evangelio de salud, regeneración y salvación corporal. En los años 30 y 40, su voz vibró en emisoras de costa a costa, mezclando frases bíblicas con recetas caseras, consejos médicos y la promesa de juventud eterna a través de tónicos y pastillas de fórmula secreta.

Por la radio, Springer tejía su red: “No importa cuál sea su dolencia. No importa si las esperanzas parecen perdidas. Aquí en Zzyzx, los milagros ocurren. ¡Llame ahora y transforma su vida!”. Los oyentes, a cientos, enviaban cartas y dinero. Springer respondía con sobres cerrados —siempre aludiendo a la “fórmula exclusiva”, pero nunca revelando ingredientes comprobables—.

Sin títulos médicos ni licencias oficiales, el empresario halló la forma perfecta de eludir a las autoridades sanitarias. Su fama y fortuna siguieron creciendo, a la par que su talento para reinventarse cada vez que las denuncias empezaban a acumularse en los tribunales estatales. En sus mejores años, se presentaba como “Doctor pastor, filántropo y científico”. En los peores, como víctima de la envidia de los poderosos.

En 1944, acosado por la prensa y bajo la presión de las autoridades, Springer decide buscar un territorio donde la ley y la duda parecieran no alcanzar el horizonte. Encuentra su paraíso en Soda Springs, un paraje abandonado por los ferrocarriles, antaño punto de parada de caravanas —y ahora, solo un puñado de edificaciones derruidas y un depósito de agua salobre en el corazón del desierto de Mojave.

Aquí demostró toda su destreza para mezclar realidad y fábula: presentó una solicitud de arrendamiento de tierras federales —falsificando supuestos usos mineros— y obtuvo miles de hectáreas sin que nadie revisara sus credenciales. Donde antes solo había polvo y desesperanza, su pluma transformó el lugar en “la fuente de salud más grande del oeste”. Así nacería Zzyzx Mineral Springs and Health Spa.

Pronto, el refugio creció: surgieron pabellones, fuentes, palmeras importadas en camiones desde Los Ángeles, un hotel con baldosas de cerámica, piscinas termales, una pista de aterrizaje e incluso una pequeña emisora de radio propia. Springer inventó, piedra sobre piedra, una ciudad de milagros alimentada por la fe, la radio y el correo postal.

Para los recién llegados, Zzyzx era una postal imposible. En medio del desierto, un oasis prometía belleza, frescura, salud y la oportunidad de escapar del mundo moderno sin perder el aura de modernidad cristiana que Springer vendía en sus folletos. La piscina, de azulejos azules relucientes, recibía agua canalizada del original Soda Spring y se promocionaba como mineral y rejuvenecedora.

—He curado dolencias, he renovado cuerpos, he salvado almas —proclamaba el autodenominado “Doctor Springer”, recibiendo a enfermos de todo tipo en los salones llenos de vapor.

En ese santuario templado por el sol y la desolación, los testimonios se multiplicaban: familias protestantes de la Costa Oeste juraban haber vencido el reuma gracias a las aguas de Zzyzx; estrellas de Hollywood acudían fugazmente, en busca de confort espiritual o una pausa exótica alejada de los flashes.

El círculo virtuoso —o vicioso— de Zzyzx empezaba con la ilusión y terminaba en el dinero. Springer no cobraba por la entrada como un hotel habitual, sino que pedía donaciones “voluntarias” a sus acólitos. Por cada baño bendito, por cada consulta personalizada, los visitantes entregaban cheques que nunca tenían monto mínimo.

—La salvación no tiene precio —decía el “doctor” con una sonrisa, abriendo la mano a través de la ventana de su despacho—. Pero si puede donar algo por el bien común, será bienvenido.

Los ingresos crecían sin control. Algunas semanas, la correspondencia traía más de 500 cartas con billetes, certificados de propiedad y hasta objetos familiares, enviados por quienes creían haber encontrado en la voz de Springer el consuelo definitivo al dolor de la vida moderna.

Sin embargo, ningún milagro sobrevive a la lucidez. Durante décadas, las sospechas crecieron: médicos y periodistas comenzaron a documentar que ninguna de las fórmulas mágicas de Springer contenía compuestos distintos de sal de Epsom o agua potable. Las supuestas curas para el cáncer, la calvicie y la impotencia masculina no eran sino laxantes o pastillas de azúcar envueltas en una liturgia de latinismos y oraciones.

—¿No ve usted, señor Springer, que no puede recetar medicamentos ni dirigir un spa sin licencia? —lo increpó en una ocasión un inspector del Departamento de Salud de California.

—Mi único título es mi fe —respondió él, cerrando la puerta tras de sí.

Las denuncias se acumularon. Los periódicos de la Costa Oeste citaban testimonios de antiguos empleados que nunca cobraban sus salarios; la lista de “milagros médicos” nunca pudo verificarse con pruebas más allá de lo anecdótico.

Pese a ello, el oasis siguió creciendo: en su mejor momento, Zzyzx recibía hasta cinco mil personas en eventos anuales, y Springer era tratado como gurú por una multitud dispuesta a aceptar sus promesas a cambio del exilio temporal en aquel Edén ajado.

El desenfado y la creatividad de Springer no conocían límites. Entre los huéspedes desfilaban personajes variopintos: actores en retiro, músicos en busca de calma, damas de la alta sociedad y, sobre todo, familias de clase media cristiana.

En la década de los 60, la suerte de Zzyzx empezó a tambalearse seriamente. Las autoridades federales y estatales intensificaron las investigaciones por fraude, ocupación ilegal de terrenos y práctica médica sin licencia. El oasis dejó de ser refugio y pasó a ser blanco. Springer ya era un viejo conocido de la prensa: las grandes cadenas de televisión lo señalaban como el “Rey del Fraude del Mojave”.

Una mañana de 1974, el escándalo explotó. El gobierno federal ejecutó una redada, cerró Zzyzx y desalojó a Springer y todos sus colaboradores. El “doctor” fue condenado a sesenta días de prisión por uso ilegal de tierras federales y práctica médica indebida. Su carrera se evaporó como el agua de los lagos artificiales levantados en el desierto.

Nunca más volvería a pisar el oasis que él mismo inventó. Ya nadie mandaría sobres con dinero a su nombre. Zzyzx, rebautizado y saqueado, quedó a merced de las tormentas, del óxido y los aullidos de los coyotes.

Cuarenta años después, el lugar conserva la huella fantasmagórica de su fundador. Al cruzar lo que fue el portón de entrada, los visitantes hallan paredes desprendidas y piscinas cubiertas de algas, pero también señales de un estrellato fugaz: azulejos azules aún brillan bajo el sol, las palmeras importadas se aferran al terreno y las edificaciones se reparten como esqueletos de una performance olvidada.

Con el paso del tiempo, nuevas capas de leyenda envolvieron Zzyzx. En los años 80, la Universidad Estatal de California recicló el espacio y lo transformó en “Centro de Estudios del Desierto”, dedicado a la investigación de biología, geología y conservación natural. Los estudiantes caminan hoy donde, décadas antes, Springer prometía juventud eterna.

A día de hoy, miles de conductores siguen frenando a un costado de la interestatal, solo para hacerse la foto junto al letrero de Zzyzx Road. La mayoría no sabe nada de Springer. Algunos buscan en Google, solo para descubrir el relato irresistible de un hombre que construyó un imperio con sus mentiras.

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