Fecha de publicación: 1 de Agosto de 2025 a las 23:39:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: El 2 de agosto de 1980, un explosivo en una valija hizo estallar en mil pedazos la estación central de Bolonia, llena de turistas. El peor atentando, tras la Segunda Guerra Mundial, se cobró la vida de 85 personas y dejó alrededor de 200 heridos, muchos de ellos mutilados. A más de cuatro décadas, f
Contenido: “Un fuego amarillo, naranja, negro. Un hongo de humo. El polvo que se mezclará durante horas con el calor. La oscuridad, el infierno. Nos hundimos los hombres, los objetos, los vivos, los muertos”, escribió Marco Marozzi, periodista del diario italiano La Repubblica, sobre lo que vio al llegar a la estación central de trenes de Bolonia la mañana del 2 de agosto de 1980. La confusión era total. Con el correr de las horas se sabría que una bomba de alto poder había explotado en la sala de espera del edificio y que el saldo era escalofriante: 85 muertos y alrededor de 200 heridos, muchos de ellos horriblemente mutilados, en el peor atentado terrorista perpetrado en Italia desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Con el objetivo de hacer el mayor daño posible, los terroristas habían elegido cuidadosamente el día y la hora. Era sábado y a media mañana la estación estaba colmada de turistas y viajeros – familias enteras – que esperaban abordar los trenes hacia sus destinos para disfrutar de las vacaciones de verano. Dejaron el artefacto – una mezcla de TNT y T4, un explosivo de uso militar en una valija, con un mecanismo de relojería programado para que detonara a las 10.25. La bomba destruyó casi todo el edificio de la terminal e impactó en un tren que hacía el recorrido entre Ancona y Chiasso. El estruendo se escuchó a varios kilómetros y la onda expansiva hizo estallar los vidrios de las ventanas en un radio de varias cuadras. Las ambulancias no daban abasto para trasladar los heridos a los hospitales y se debió recurrir a micros, taxis y autos particulares. Debajo de los escombros, los muertos se contaban por decenas.
En un primer momento, el gobierno presidido por el democristiano Francesco Cossiga y la policía atribuyeron la explosión al estallido de una caldera y solo más tarde reconocieron que se trataba de un atentado y señalaron a las Brigadas Rojas. Ni una ni otra cosa eran ciertas: después se comprobó que los servicios secretos del Estado habían plantado pistas falsas para entorpecer la investigación.
La autoría ideológica de la Matanza de Bolonia – como se la llamó – tardaría años en establecerse y no con total claridad. Lo que se sabe con certeza es que fue cometido por un grupo ultraderechista. Algunos investigadores señalan a los Núcleos Armados Revolucionarios (NAR) y otros a Gladio, una organización secreta creada en el seno del Estado italiano y con supuestas vinculaciones con la OTAN. También es posible que los primeros hayan sido manipulados por los segundos. Sobre todo eso sobrevuelan, además, las siniestras sombras de la Logia P2 y de su jefe, Licio Gelli.
El polvorín italiano
Desde finales de los años 60 hasta el final de la Guerra Fría, Italia vivió uno de los momentos más difíciles de su historia, un periodo conocido como los “años de plomo”. Durante ese tiempo el país vivió un enfrentamiento entre fuerzas de extrema izquierda y extrema derecha que dejó un alto número de muertos y episodios tan dramáticos como el secuestro y asesinato de Aldo Moro, cometido por las Brigadas Rojas.
Ante la hegemonía de la Democracia Cristiana, que gobernaba, se alzaba el poderoso Partido Comunista de Italia, que en las elecciones generales de junio de 1976 había obtenido el 34% de los votos, frente al 38% de los conservadores. Enrico Berlinguer, uno de los impulsores del eurocomunismo junto al francés Georges Marchais y el español Santiago Carrillo, había sido nombrado secretario general de la formación en 1972. Con iniciativa reformista, Berlinguer intentó impulsar el “compromesso storico” - el compromiso histórico - una política de acercamiento a los democristianos, posible por las políticas conciliadoras de Aldo Moro.
La extrema izquierda se sintió traicionada y en marzo de 1978 las Brigadas Rojas secuestraron Moro, al que ocultaron en un departamento de Roma y asesinaron dos meses más tarde. Su cadáver apareció en el baúl de un auto. Del otro lado, también disconformes, los grupos de ultraderecha y los servicios secretos aplicaban lo que se llamó la “estrategia de la tensión”, una serie de atentados y masacres cuyas autorías nadie se adjudicaba, aunque era un secreto a voces quienes estaban detrás de ellas.
El año 1980 fue el más mortífero en cuanto a atentados terroristas en Italia. En sus doce meses, las organizaciones armadas de extrema izquierda marxista-leninista mataron a veinticinco personas: quince las Brigadas Rojas, seis Primera Línea, una los Núcleos Terroristas Territoriales, una las Rondas Armadas Proletarias, una la Brigada XXVIII de Marzo y una los Comités Comunistas Revolucionarios. En el bando opuesto, la ultraderecha neofascista tampoco se mantenía inactiva, pero nadie esperaba un atentado de la magnitud que tuvo el de Bolonia.
La ciudad era un lugar clave, simbólico desde el punto político para un atentado ultraderechista. Gobernada por los comunistas, se la consideraba la “capital roja” de Italia, un freno para los neofascistas. Su estación de trenes era, además, un punto neurálgico, el principal centro ferroviario nacional, por el que pasaban – y pasan - los trenes que unen el norte y el sur con el centro de la península.
La investigación judicial fue extremadamente difícil, fundamentalmente por el cúmulo de pistas falsas sembrado por los servicios secretos del Estado italiano, y sus autores materiales estuvieron a punto de quedar impunes. Recién en 1994, hubo una sentencia definitiva que condenó a cadena perpetua a tres personajes de la extrema derecha violenta que se proclamaban inocentes. El matrimonio integrado por Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, de los Núcleos Armados Revolucionarios, y el activista neofascista Sergio Picciafuoco. Otras seis personas, entre ellas miembros de los servicios militares de inteligencia, fueron condenadas a penas de entre siete y diez años de cárcel por haber despistado a los investigadores y obstruir a la justicia.
Hubo que esperar muchos años más, hasta 2020, para que un cuarto autor material del atentado fuera condenado. En enero de ese año, Gilberto Cavallini, de 67 años, un ex miembro de los NAR fue sentenciado en primera instancia por complicidad al haber brindado apoyo logístico a los autores del atentado. Cavallini, quien confesó haber cometido varios delitos, había pasado más de 37 años en prisión por varias condenas y en el momento de ser sentenciado estaba en libertad condicional. Durante el proceso negó haber participado del atentado de la estación de Bolonia. “He estado en prisión desde septiembre de 1983, han pasado más de 37 años. Años de prisión que he merecido (...) Me he merecido las condenas, pero no acepto pagar lo que no hice. No se está prestando servicio al país y a la verdad. No me voy a quejar, sea cual sea su decisión. Pero una condena es un fallo incorrecto”, les dijo a los jueces antes de conocer la sentencia.
Durante todos esos años, los familiares de las víctimas sostuvieron – y todavía hoy sostienen – que no se ha hecho justicia porque, si bien algunos de los autores materiales fueron condenados, los verdaderos autores intelectuales y estrategas de la matanza siguen impunes.
El nombre de Licio Gelli y de la siniestra logia que conducía, Propaganda Due, siempre estuvo en el centro de las hipótesis sobre la identidad de los ideólogos del atentado. El nombre de Licio Gelli aparece en todos los escándalos italianos de los años 80 y 90, desde la quiebra del Banco Ambrosiano - cuyo presidente, Roberto Calvi, miembro de la P2, apareció ahorcado en Londres en 1982 - hasta los grandes escándalos de corrupción, financiación ilícita de partidos políticos y, también, la masacre de Bolonia.
Recién en 2018, salió a la luz una prueba que podría demostrarlo. El podcast en francés Dangereux Millions (Millones peligrosos), de los periodistas Marie Maurisse y François Pilet, mostró que los autores del atentado terrorista más mortífero de la historia de Italia no solo tenían cuentas bancarias en Suiza, sino que se les pagó a través de una transferencia de cinco millones de dólares realizada desde el UBS de Ginebra.
El abogado italiano Andrea Speranzoni, que representa a las víctimas del atentado desde hace más de veinte años, explicó que en 2018 documentos perdidos en archivos de la justicia italiana permitieron demostrar la implicación del “maestro”. Se trata de una simple hoja doblada en cuatro que Gelli tenía en uno de sus bolsillos cuando fue detenido en Suiza en 1982. Esa hoja quedó olvidada durante décadas hasta que la digitalización de los archivos judiciales suizos permitió recuperarla.
El documento prueba que una transferencia que se les hizo a los terroristas de los Núcleos Armados Revolucionarios pocos días antes del atentado provenía de una cuenta numerada del UBS de Ginebra donde el jefe de la Logia P2 ocultó 300 millones de dólares que habían sido desviados del Banco ambrosiano. Ya era tarde para juzgar a Gelli, muerto por causas naturales a los 96 años en diciembre de 2015. En una de sus últimas declaraciones públicas dejó en claro el ideario que lo había guiado durante toda su vida: “Nací fascista, luché por el fascismo, moriré fascista”.
Todos los 2 de agosto – y hoy, cuando se cumplen 45 años del atentado, no será la excepción – los familiares de las víctimas de la Matanza de Bolonia se reúnen en la estación para recordar a sus muertos y reclamar justicia. Allí hay una placa donde están grabados todos sus nombres y un reloj cuyas agujas están siempre detenidas a la hora fatídica: las 10.25.
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