Fecha de publicación: 21 de Julio de 2025 a las 11:02:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: Viajamos a Polonia para probar lo nuevo de Techland y descubrir la nueva región de Castor Woods con sus peligros
Contenido: En la industria del videojuego sucede un fenómeno muy extraño con tan pocos antecedentes que hace falta apelar a la memoria para encontrar ejemplos válidos. Estoy hablando de esa particular metamorfosis en la que un DLC logra convertirse en un juego independiente. Tal es el caso de Dying Light: The Beast que fue concebido como una pieza de contenido para la segunda parte de la saga, pero que por cuestiones del destino terminó por convertirse en una experiencia stand-alone. Antes de su lanzamiento, el próximo 22 de agosto de 2025, tuve la oportunidad de acceder a una versión preliminar de esta nueva entrega, y si bien no se aleja demasiado de la fórmula ganadora de Techland, trae consigo varias novedades que apuntan a convertirlo en un título muy sólido, intenso y mucho más orientado a la supervivencia.
Lo primero que debo destacar es que Dying Light: The Beast supera en muchos aspectos a Dying Light 2: Stay Human. Se siente más moderno, gráficamente da un salto notable y cuenta con nuevas mecánicas que lo hacen mucho más desafiante. Además, presenta un nuevo escenario de corte rural llamado Castor Woods, muy diferente de la ciudad de Villedor. Y es que si bien no hay rascacielos imponentes, este hermoso y devastado pueblo ofrece mucha verticalidad, potenciando la agilidad propia del parkour característico de la serie. A todo esto, se suma el regreso de Kyle Crane, el protagonista de la primera entrega que vuelve luego de varios años de permanecer en confinamiento para emprender una cruzada de venganza.
La sesión práctica que pude disfrutar se extendió a lo largo de cuatro horas, en las que participé de cuatro misiones principales y dos secundarias, que involucran todo tipo de situaciones: acción, sigilo, combate cuerpo a cuerpo y un primer vistazo a las nuevas habilidades de Kyle. Por supuesto, también conocí algo acerca de la trama aunque sin el contexto adecuado se me hace difícil profundizar acerca de ello. Dicho de otro modo, estas impresiones ponen el foco sobre la exploración y el apartado jugable. Tal como mencioné, esta nueva entrega mantiene las bases sobre las que Techland cimentó la saga, pero añadiendo varias novedades con las que la desarrolladora pretende enriquecer la experiencia en diferentes sentidos.
Para empezar, gráficamente es un deleite, lo que maravilló mi sentido de la vista. Parece mentira que en tan sólo tres años y tomando como base Dying Light 2, el equipo de desarrollo crease un entorno que retrata un hermoso apocalipsis zombie. Castor Woods se siente significativamente más pequeño que el mapa con que contaba el anterior título de la saga, aunque paralelamente parece creado de forma artesanal. Cada edificio, estructura, y recovecos parecen estar puestos con el sentido de despertar nuestra curiosidad. De hecho, la demostración podía terminarse en tres horas o menos, pero en mi caso dediqué mucho tiempo a explorar. Cuando iba rumbo a alguna misión, me era imposible no detenerme y preguntarme: ‘¿Qué esconderá ese edificio en ruinas?’.
Así estuve un buen rato, recorriendo la ciudad y los bosques. En la naturaleza, la atmósfera de Dying Light: The Beast cambia bastante, sobre todo porque nunca estaba seguro de que me iba a encontrar más adelante. Esto se debe al sistema de clima dinámico que añade una capa de inmersión muy buena, pasando de un día soleado donde la luz se filtra entre los árboles, a estar bajo una lluvia torrencial que apenas me permitía ver. Sin embargo, lo peor de todo es cuando se hace de noche. A diferencia de lo que sucedía en Dying Light 2, aquí no se nos recompensa con más puntos de experiencia o cosas así. Cuando el sol se esconde, más vale estar preparados porque es cuando aparecen los zombies más peligrosos.
En este sentido, el equipo de Techland me advirtió que la intención era que los jugadores ‘respeten la noche’. El peligro es palpable, puesto que cada vez que activaba el instinto de supervivencia de Crane podía detectar a tres o cuatro cazadores deambulando cerca de mi posición. Durante estas instancias el sigilo se volvió fundamental ya que era necesario mantenerse fuera de la vista de estos peligrosos zombies. Para ello conté con algunas herramientas, como unos petardos que me permitieron alejar a mis persecutores, como así también hacer uso de otros objetos a fin de distraerlos. Aún así, en más de una ocasión me detectaron, lo que dio inicio a una secuencia de persecución al estilo Grand Theft Auto donde el peligro aumentaba a cada momento.
Fue realmente frenético correr bajo el cielo nocturno con linterna en mano atravesando la oscuridad; una aterradora experiencia que dejó mi corazón latiendo muy rápido mientras esquivaba zombies buscando un lugar por el que trepar y ponerme a salvo. El sentido del tacto, también quedó satisfecho gracias a una jugabilidad responsiva y fluida. Nuestro protagonista es capaz de saltar de un lado a otro con increíble facilidad, deslizarse, correr por las paredes, balancearse o colgarse de prácticamente cualquier saliente. Algo similar sucede con el combate que, a pesar del paso del tiempo, sigue sintiéndose increíblemente satisfactorio.
En Dying Light: The Beast, las armas blancas provocan laceraciones y amputan extremidades, mientras que las armas contundentes deforman poco a poco el cuerpo de los zombies. Eventualmente, una de las misiones que participé consistía en dar caza a una Quimera, una especie de zombie superpoderoso capaz de resistir muchísimo daño. Dicho enfrentamiento requirió de poner en práctica todo lo aprendido: Esquivar, bloquear, saltar, aprovechar el entorno y buscar el momento indicado para atacar. Todo marchaba bien hasta que de repente los poderes bestiales de Kyle se activaron contra su voluntad -y contra la mía también- como si fuera algo incontenible. Algo que escapó tanto al control del protagonista como de quién escribe.
Este modo es el que da nombre al juego. Cuando se activa, nuestro personaje entra en una especie de furia salvaje durante un breve lapso de tiempo, convirtiendo sus puños en armas de destrucción masiva. La sensación de poder es real, destrozando cuanto zombie se nos cruce por el camino, mandándolos a volar por el aire o reventando sus cabezas como si de un huevo se tratase. Convertirse en la Bestia es deliciosamente brutal y una excelente carta de salvación para cuando las cosas se ponen complicadas. El juego no es particularmente fácil y si no somos lo suficientemente cautelosos vamos a ver la pantalla de ‘Game Over’ con bastante frecuencia. Es una pena que sólo pude desbloquear un par de poderes del árbol de habilidad dedicado a esta transformación. Tan sólo me tuve que conformar con pasar el cursor del ratón por encima de cada una de las habilidades e imaginar el modo práctico en que todo esto se puede aprovechar o el impacto que tendrán en el combate.
Eso sí: tengo motivos para tener esperanza. Todo este nuevo repertorio de habilidades y herramientas parece que convertirá a Dying Light: The Beast en una suerte de sandbox muy similar a Far Cry o Dishonored. Puedo percibir que el juego nos ofrecerá todo lo necesario para abordar cada situación que nos plantee de forma creativa. El hecho de que el sigilo no sea demasiado pretencioso y que ofrezca ciertas concesiones me parece un acierto. Por ejemplo, poder prender la linterna para saber dónde estamos parados durante la noche, juega en favor del entretenimiento, mientras disminuye la posibilidad de encontrarnos con situaciones potencialmente frustrantes.
Algo que la versión preliminar también me quedó a deber es el uso de las armas de fuego. En Gamescom 2024 recuerdo que cuando Techland enseñó el juego, mostró un enfrentamiento contra militares armados, lo que parecía convertir al título en una experiencia muy diferente. Dicho aspecto brilló por su ausencia en esta ocasión, igual que la presencia de otros humanos. Tan sólo pude hacer uso de una pistola, además de un arco que fabriqué con mis propias manos. Eso sí, tuve la oportunidad de recorrer Castor Woods a bordo de una camioneta todoterreno y, para mi sorpresa, el sistema de conducción funciona muy bien; algo que encuentro importante mencionar ya que hablamos de una propuesta cuya principal fortaleza no reside allí.
El primer contacto con Dying Light: The Beast me dejó muy conforme. Si todavía mantiene elementos RPG, como por ejemplo el botín de colores que -en lo personal- considero que restan protagonismo a la supervivencia, compensa con creces con una mayor inmersión y variedad. Por otra parte, la presencia de vehículos y armas de fuego puede que termine restando algo importancia al parkour y al combate cuerpo a cuerpo, pero a pesar de ello Techland no descuida las señas de identidad de la serie. La movilidad y el combate se sienten geniales y las nuevas habilidades de Kyle prometen enriquecer notablemente la jugabilidad. Por último, no puedo dejar de destacar la hermosa región de Castor Woods que se siente como un soplo de aire fresco a la ambientación y el lugar perfecto para una aventura zombi que contará con una duración de 20 horas, pero con muchos secretos que descubrir. Y ya saben: Ante cualquier duda, lo mejor es seguir al castor.
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