Fecha de publicación: 18 de Julio de 2025 a las 08:16:00 hs
Medio: INFOBAE
Categoría: GENERAL
Descripción: En un informe especial, Foreign Affairs analizó la lección georgiana tras la invasión rusa de 2008 y advirtió que un alto el fuego mal planificado en el conflicto ucraniano podría conducir al mismo destino
Contenido: Los errores occidentales tras la guerra ruso-georgiana de 2008 podrían repetirse en Ucrania si no se aprenden las lecciones correctas. Eka Tkeshelashvili, exministra de Relaciones Exteriores de Georgia durante la presidencia de Mikheil Saakashvili, advirtió en un artículo especial para Foreign Affairs que un alto el fuego mal planificado en el conflicto ucraniano podría conducir al mismo destino que sufrió su país: la transformación de una democracia prometedora en un estado autoritario alineado con el Kremlin.
Georgia enfrenta hoy su mayor nivel de vulnerabilidad a la influencia del Kremlin desde 1991, aseguró Tkeshelashvili. Su diagnóstico pone bajo la lupa las consecuencias de no haber adoptado medidas firmes, lo que dejó abiertos espacios para la presión rusa y debilitó la democracia georgiana en los años posteriores a la invasión.
“Si Estados Unidos y Europa proceden a normalizar relaciones con Moscú sin integrar rápidamente a en las instituciones occidentales y proporcionar garantías de seguridad reales, podría conducir a nuevas intervenciones militares y de zona gris por parte de Rusia y a la erosión gradual de la democracia ucraniana”, afirmó. La reflexión, nacida de la experiencia tras la agresión armada de 2008, presenta un dilema central para Occidente: cómo evitar que el final de la guerra en Ucrania se transforme en el inicio de nuevas operaciones de injerencia y desestabilización por parte de Moscú.
La invasión rusa a Georgia en agosto de 2008 duró apenas cinco días, pero sus consecuencias se extienden hasta hoy. Más de 80.000 tropas rusas cruzaron la frontera, abrumaron las fuerzas georgianas y consolidaron la ocupación de Abjasia y Osetia del Sur, asegurando el 20% del territorio georgiano reconocido internacionalmente.
El conflicto llegó cuatro meses después de la cumbre de la OTAN en Bucarest, donde la alianza declaró que Georgia y Ucrania se convertirían algún día en miembros, pero no ofreció a ninguno de los dos un Plan de Acción para la Membresía. Moscú interpretó esta ambigüedad como evidencia de que Occidente no estaba dispuesto a defender a Georgia.
Rusia justificó su agresión afirmando que protegía a Osetia del Sur de la “agresión” y “genocidio” georgianos, además de defender a ciudadanos rusos tras distribuir pasaportes masivamente en ambas regiones desde principios de los años 2000. La realidad era que Moscú había respaldado, armado y financiado a los separatistas en ambas regiones desde principios de los años 90.
El acuerdo de alto el fuego inicial, negociado por el presidente francés Nicolas Sarkozy el 12 de agosto de 2008, fue deliberadamente vago y careció de mecanismos para hacer cumplir la tregua. Solo la intervención estadounidense más decidida logró detener el avance ruso hacia Tiflis. El presidente George W. Bush, flanqueado por la secretaria de Estado Condoleezza Rice y el secretario de Defensa Robert Gates, condenó la agresión rusa y advirtió a Moscú que cesara todas las actividades militares.
Antes de la invasión, Georgia era una democracia prooccidental en proceso de integración en la Unión Europea y la OTAN. El entonces presidente estadounidense, George W. Bush, la describió como “un faro de libertad para la región y el mundo”. Sin embargo, tras la invasión rusa, ni Estados Unidos ni Europa impusieron sanciones significativas ni consecuencias duraderas a Moscú. Optaron, en cambio, por la normalización de relaciones: en 2009, el presidente Barack Obama impulsó el “reset” con Rusia, lo que permitió la impunidad de Vladimir Putin tras el inicio de la primera guerra europea del siglo XXI.
La agresión rusa contra Georgia, al igual que ocurrió con Ucrania, fue el resultado de años de presión. Después de la Revolución de las Rosas de 2003, Moscú buscó castigar a Tiflis a través de embargos y cortes de energía. Al no lograr su objetivo, Rusia reforzó el apoyo a los separatistas en Abjasia y Osetia del Sur, distribuyó pasaportes rusos en ambas regiones y llevó a cabo provocaciones militares, incluidas incursiones aéreas y ataques con misiles. En agosto de 2008, más de 80.000 soldados rusos cruzaron la frontera, superaron a las fuerzas georgianas en pocos días y atacaron tanto infraestructuras civiles como militares.
Europa reanudó rápidamente los vínculos formales y firmó acuerdos energéticos y comerciales, como el gasoducto Nord Stream con Alemania y la venta de buques de guerra Mistral por USD 1.300 millones a Francia. El “reset” planteado por Obama buscó la cooperación en materia de control de armas y economía, pero Moscú empleó estos gestos para ganar legitimidad y fortalecer su economía, al tiempo que renunciaba a acuerdos de control de armas y preparaba nuevas ofensivas, como la de Ucrania.
El apoyo occidental a Georgia se limitó a declaraciones públicas. No hubo transferencia de capacidades defensivas, plan de adhesión a la OTAN ni garantías de seguridad. Georgia se encontró con respaldo político, pero quedó estratégicamente expuesta. El alto al fuego representó una pausa táctica para el Kremlin. Rusia expandió su influencia, sorteó consecuencias, delineó nuevas fronteras y profundizó su presencia en territorio georgiano. La ofensiva pasó al plano político, con ciberataques, espionaje y campañas de desinformación. En 2012, Moscú respaldó a Bidzina Ivanishvili, oligarca con intereses en Rusia, quien a través del partido Sueño Georgiano fue asumiendo el control de las instituciones del país.
Más de quince años después de la invasión, Georgia experimenta un retroceso sustancial en su democracia. El partido Sueño Georgiano domina la vida política y ha fortalecido el acercamiento a Moscú. En 2024, el Parlamento aprobó una ley de “agentes extranjeros” —modelo de la normativa rusa—, restringiendo la labor de organizaciones civiles y medios independientes.
Miles de personas han salido a las calles, organizando las mayores protestas desde la independencia, en defensa de la democracia y de la integración europea. El gobierno respondió con represión, detenciones de líderes opositores y suspensión de negociaciones para el ingreso en la Unión Europea. Tal como insiste Tkeshelashvili, “Georgia es hoy más vulnerable a la influencia del Kremlin que en cualquier otro momento desde 1991”. El país, que aspiraba a ser un modelo democrático regional, ahora vive el riesgo de consolidar una deriva autoritaria tras años de vacilaciones en Occidente.
Según Tkeshelashvili, la única forma de romper el ciclo de agresión rusa y proteger a Ucrania es actuar con determinación y visión estratégica. Occidente debe proporcionar a Ucrania garantías de seguridad concretas y creíbles, ya sea mediante su integración plena en la OTAN o a través de acuerdos bilaterales sólidos. Este respaldo necesita incluir una aceleración real en su integración a las instituciones europeas, favoreciendo su incorporación a los mecanismos económicos y comerciales de Occidente.
Al mismo tiempo, fortalecer la capacidad defensiva de Ucrania exige un apoyo militar sostenido, transferencia de tecnología y presencia de asesores para desarrollar sus fuerzas armadas. La reconstrucción requerirá movilizar activos rusos congelados y destinarlos a la recuperación económica y social de Ucrania. Finalmente, tanto Estados Unidos como Europa deben evitar una reconciliación precipitada con Moscú que reconozca de facto las conquistas territoriales rusas o reduzca la presión política y económica sobre el régimen de Putin.
La advertencia de Tkeshelashvili resulta contundente: solo una estrategia coherente y compromiso a largo plazo pueden impedir que Ucrania repita el ciclo de vulnerabilidad que ahora atrapa a Georgia.
Visitas: 0